martes, 17 de abril de 2012

El Martí que más necesitamos

 Mucho he visto, no todo bueno, con respecto a las palabras de nuestro Martí. Palabras casi siempre peligrosas, unas veces por lo ambiguo, otras veces por lo fácil que resulta que se vuelvan contra quien las pronuncia buscando un beneficio. Un hombre con camisas raídas y cincuenta mil dólares en el bolsillo, intocables, para la libertad de Cuba. Un hombre que no sabía de guerra o de cuestiones militares, y organizó la guerra mejor que los generales. Los dejo con esta muestra pequeña del ideario martiano, que todos debiéramos revisitar de vez en cuando.


 
“Patria es eso, equidad, respeto a todas las opiniones y consuelo al triste.”
 
“Me parece que me matan un hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar.”

“De los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos.”

“El pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre, sólo pueden mermarse con la desidia o exceso de los que los ejerciten.”

“¿Por qué ha de acudirse a medios que manchan con sangre, cuando no se han empleado todos los medios que ilustran con derecho?”

“Han de tenerse en grado igual y sumo la conciencia del derecho propio y el respeto al derecho ajeno: y de éste se ha de tener un sentimiento más vivo y delicado que de aquél.”

“Por la soberbia e injusticia del mundo, la revolución pudiera caer en hombres que olvidasen el derecho y el amor de los que les pusieron en las manos el arma del poder y de la gloria.”

“Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza.”

“La patria tiene hoy una gran necesidad, y es desertor el que no acuda hoy mismo a ella.”

“Para la patria nos levantamos. Es un crimen levantarse sobre ella.”

“La patria no es comodín que se abre y se cierra a nuestra voluntad.”

“La patria no es el juguete de unos cuantos tercos, sino cosa divina.”

“En cuanto huele a triunfo, caen del cielo los patriotas.”

“¿Se bebe agua, y se tiene que pagar por ella, y se quiere libertad y no se quiere pagar por ella?”

domingo, 12 de febrero de 2012

Lamento último por Whitney


Se fue. No está. La noticia me atrapó de sorpresa, entre gestiones y carreras en medio de toda la producción de la Feria (furia) del Libro, en La Habana. Whitney Houston, la voz de acero, la mujer del rompe y rasga en el RB y el Soul norteamericano, dejó de respirar el 11 de febrero, y en mi vitrina musical hay de menos un ángel vivo. Gané una leyenda, perdí un ser humano, uno de los imperfectos, de esos que tienen demonios muy oscuros, de esos que saben (o logran sin quererlo) desatar polémicas, y salir siempre perdonados, porque vaya, son tan buenos, nos gustan tanto... Un ser real, de los mejores, porque a mí me gusta la gente de verdad, esa que de equivoca a diario y paga caros los errores. 

No hubo día ni noche en que la voz de esta mujer de mármol negro no se apareciera en mi cabeza. Cantar tres de mis canciones favoritas le bastaba para convertirse en mi mejor evocación de sueño despierto. Y qué decir de mis amores imposibles... yo aprendí a dejarlos ir, escuchando a Whitney (Ya saben, eso de que I WILL ALWAYS LOVE YOU)... sin miedo a ser cursi, además, porque no se puede ni se debe ser tan idiotamente intelectual las 24 horas, y porque se necesita también que la carne, de vez en cuando, prevalezca... 

Cantaba la Houston en la radio, en la TV y en los estéreos personales de cada vez menos gente inteligente (porque cada vez hay menos, me disculpan), y uno, melómano al fin, se dejaba llevar porque de pequeños defectos está construido el paraíso, esos defectos que se llaman droga, alcohol, una pareja horrible y una vida horrible, un reconstruirse de nuevo cada día... y habrá quien la critique, pero de qué se puede acusar a esta mujer. Supo cantar tres canciones que me rompieron la vida, para después unirme los pedacitos con la voz.

Todo te lo perdono, Whitney. Las drogas, la eterna borrachera. El marido imbécil, los golpes que tanto soportaste. El perder esa voz de ángel caído a manos de la juerga. El echar tu carrera por la borda, y hasta los gallos en público en tus últimos conciertos. Te lo perdono todo. Todo menos morirte. Porque morirse, señora, es una porquería que Dios nunca debiera permitirle a gente como usted.