domingo, 12 de febrero de 2012

Lamento último por Whitney


Se fue. No está. La noticia me atrapó de sorpresa, entre gestiones y carreras en medio de toda la producción de la Feria (furia) del Libro, en La Habana. Whitney Houston, la voz de acero, la mujer del rompe y rasga en el RB y el Soul norteamericano, dejó de respirar el 11 de febrero, y en mi vitrina musical hay de menos un ángel vivo. Gané una leyenda, perdí un ser humano, uno de los imperfectos, de esos que tienen demonios muy oscuros, de esos que saben (o logran sin quererlo) desatar polémicas, y salir siempre perdonados, porque vaya, son tan buenos, nos gustan tanto... Un ser real, de los mejores, porque a mí me gusta la gente de verdad, esa que de equivoca a diario y paga caros los errores. 

No hubo día ni noche en que la voz de esta mujer de mármol negro no se apareciera en mi cabeza. Cantar tres de mis canciones favoritas le bastaba para convertirse en mi mejor evocación de sueño despierto. Y qué decir de mis amores imposibles... yo aprendí a dejarlos ir, escuchando a Whitney (Ya saben, eso de que I WILL ALWAYS LOVE YOU)... sin miedo a ser cursi, además, porque no se puede ni se debe ser tan idiotamente intelectual las 24 horas, y porque se necesita también que la carne, de vez en cuando, prevalezca... 

Cantaba la Houston en la radio, en la TV y en los estéreos personales de cada vez menos gente inteligente (porque cada vez hay menos, me disculpan), y uno, melómano al fin, se dejaba llevar porque de pequeños defectos está construido el paraíso, esos defectos que se llaman droga, alcohol, una pareja horrible y una vida horrible, un reconstruirse de nuevo cada día... y habrá quien la critique, pero de qué se puede acusar a esta mujer. Supo cantar tres canciones que me rompieron la vida, para después unirme los pedacitos con la voz.

Todo te lo perdono, Whitney. Las drogas, la eterna borrachera. El marido imbécil, los golpes que tanto soportaste. El perder esa voz de ángel caído a manos de la juerga. El echar tu carrera por la borda, y hasta los gallos en público en tus últimos conciertos. Te lo perdono todo. Todo menos morirte. Porque morirse, señora, es una porquería que Dios nunca debiera permitirle a gente como usted.