domingo, 20 de julio de 2014

Cuba, lo surreal

Pocas cosas hablan del surrealismo como subir a un ómnibus en Cuba. Hay una serie de factores donde se mezcla lo poético y lo grotesco, lo divino con lo diabólico. Cada uno de esos detalles es observable, identificable en un ómnibus cubano.


Por ejemplo un P-11, con la costura a punto de reventar, puede perfectamente ser el escenario para que el chofer vocifere: ¡arriba, que el carro está vacío!. Yo miro a la derecha, miro a la izquierda, y me pregunto si la gente que me rodea son espíritus convocados por Allan kardec, incorpóreos, invisibles. No cabe nadie más. ¿Será que es un juego de palabras? No creo. El chofer lo repite con demasiada convicción, y las veinte personas que quieren subir por las puertas traseras (por donde evidentemente no cabe nadie más) dicen lo mismo. Debo estar equivocado.

Otra cosa de lo más surreal es la música que ponen en los ómnibus (llamémosle música, aunque no siempre es así). Por regla general es muy mala (o muy buena, según el nivel cultural de quien la "escucha"). Me ha tocado comprobar que en Cuba, mientras sea asunto de irse a los extremos, puede pasar cualquier cosa. He visto choferes que pueden mezclarte en el mismo CD a Nelson Ned, Alicia Keys, Van Van, Bon Jovi, Irakere, Il Divo o la Charanga Habanera. Una vez subí a un P-1 con banda sonora compuesta por un mano a mano de Whitney Houston y Osmani García (La Voz, dicen ellos). Y en dos ocasiones he vivido experiencias totalmente al límite: una con Mozart, a todo volumen, y la otra con Radio Reloj y el mismo volumen. Y aquel ómnibus a punto de reventar. Como si no tuviéramos suficiente estrés. 

 
Y eso sin contar delos nuevos cheos de nuestra sociedad: estos altoparlantes móviles que suben a las guaguas, que asesinan el concepto de música con toda serie de ruidos organizados en sus speakers. En fin, será que soy un dinosaurio, destinado inevitablemente a la extinción, junto con el buen gusto. Eso parece. Pero debo aterrizar y dejar mis huecas imaginaciones: esto lo pienso mientras sufro un ómnibus desde adentro, y el chofer, por encima del reguetón circundante, ordena que se corran, que caminen. Que el carro está vacío.

martes, 28 de enero de 2014

La televisión invisible



Aventuras y desventuras del dramatizado en Cuba.


La opinión es casi unánime, en las calles cuando sale a flote el tema de la televisión cubana todo desemboca inevitablemente en álgidos comentarios: los que hacen televisión en Cuba no saben qué quiere el público, ni qué necesita. No adivinan siquiera las características básicas de ese público que cambia constantemente de gustos y de referentes estéticos, con deseos y estándares casi siempre lejanos de lo que la industria nacional ofrece tanto en materia de recursos de producción como en dramaturgia, argumento y niveles de actuación. No importa cuánto se justifiquen los funcionarios, ni cuántas veces algún realizador trate de explicar en aisladas entrevistas una propuesta estética que en teoría puede parecer interesante, pero cuyo resultado final en pantalla dista años luz de lo que se prometió al público, de lo que se vendió como “fenomenal”, “diferente”, y otros adjetivos generosamente derrochados que difícilmente se cumplen.
Santa María del Porvenir, un esfuerzo malogrado.

Poseemos el don de la desmemoria, del olvido fácil, y a la vez hacemos gala de la remembranza inocente de lo que alguna vez fue, lo que alguna vez hicimos o tuvimos. ¿Quién no recuerda aquellos domingos por la noche, cuando el país se paralizaba completamente para ver las aventuras y desventuras del Tavo, en un policíaco como Día y Noche, donde el peor delito que se le podía ocurrir al guionista era un desvío de recursos o el robo de un Lada? Aquellas propuestas tenían, como las actuales de Tras la huella, defectos serios en la dramaturgia. 
Padecían un maniqueísmo acentuado, tenían argumentos casi infantiles, pero se salvaban del olvido por unos niveles excelentes de actuación, eran defendidos por una generación decorosa de actores “todoterreno”, de formación profesional o empírica, que casi siempre aportaban desempeños de respeto. Comparados con el similar actual, aquellos Día y Noche eran el non plus ultra, y es que a los perdonables defectos de antaño se suma infortunios actuales que alcanzarían para más de un decálogo antidramático. Un maniqueísmo tosco que hace a los buenos muy buenos, y a los malos irremediablemente malos, sin una historia personal, sin un motivo que justifique sus actos (son malos porque sí). Los “malos”, tal parece, nacen en el momento en que cometen el delito, y para el público dejan de existir en el momento en que son apresados y procesados. Nunca sabemos su historia anterior, ni quiénes son, por qué actúan así, qué los mueve a robar, violar, asesinar… de lo único que nos enteraremos, invariablemente, es de lo que reza su ficha policial, demasiado técnica, que nunca describe a la persona, al ser humano emocionalmente retorcido o sufridor que algún motivo ha tenido para hacer todo aquello. Siempre son poco inteligentes, de bajo nivel cultural, cobardes ante la autoridad. Siempre, invariablemente, se quiebran como hielo ante una inexpresiva oficial de policía. Tampoco conocemos demasiado de los “buenos”: son los buenos y punto. No tienen una historia, no viven una vida ni conflictos personales, se limitan a salir eficientemente en cámara y recitar un montón de palabras en jerga oficial. No hay información sugerida, nada se deja a la imaginación del espectador, lo rojo es rojo y lo azul, azul. Súmele a eso ciertos descuidos en los castings, que muestran actores que en un capítulo son policías jefes de sector y en otros son delincuentes perseguidos. Y al comparar este dechado de antivirtudes dramatúrgicas con un producto de tan elevada factura cono los CSI, quedan más en evidencia las debilidades del nuestro: no por la tecnología (en eso no podemos competir), sino porque la historia es mucho más atractiva, los conflictos humanos son interesantes, los personajes no son “de palo”. Un protagonista tiene recurrentes problemas de adicción al juego y las apuestas, otra arrastra un pasado oscuro de stripper e hija de mafioso, hay un jefe con secuelas físicas de un disparo, que teme no poder hacer bien su trabajo y sin embargo se niega a darlo a conocer… personajes complejos, ricos en problemáticas, mucho más humanos y verídicos que los nuestros. 

Es ahí donde cedemos, porque Tras la huella no puede limitarse al llevado y traído slogan “basado en hechos reales”. Eso no basta. El audiovisual no debe ser del todo real, sino verídico, interesante. Y si el espectador, el televidente, no se siente atraído con lo que le pones delante, no hay ley de Murphy que justifique la permanencia en pantalla de ningún programa.



Otro caso digno de mención fue SOS Academia. En alguna entrevista que pude ver, se nos auguraba un producto fresco, diferente, animado, pero nunca se dijo que esa frescura y animación vendrían de plagiar grotescamente materiales anteriores exitosos (nunca nuestros). No basta con que una fórmula haya funcionado antes, para volverla a utilizar. Si lo que se quería era mostrar el interior de una escuela de educación artística, fracasó el intento, porque los que han cursado o cursan estudios en esas escuelas se rieron de la serie, por apartada de la realidad. Desde su misma concepción salta a la vista que se trata de una imitación demasiado burda de dos materiales que por gustados hicieron historia: los españoles Un Paso Adelante y El Internado, con algún que otro guiño a las series norteamericana Glee (El Coro) y FAME. La imitación no se limita al parecido en el argumento, sino que en el caso de la fotografía, plagia abierta y repetidamente planos de El Internado (por favor, nadie venga a hablarme de los planos-homenaje, esto es otra cosa). En UPA todos los protagonistas eran muy talentosos, bailaban y cantaban de maravillas, sin mencionar la excelente calidad actoral a pesar de su juventud; en El Internado, pese a vaivenes de guión y a temporadas de más, la calidad interpretativa era notable, con el punto más bajo a mi juicio para la hermosa cubano-española Ana de Armas, a pesar de premios “actorales” otorgados por revistas como Cosmopolitan, más especializadas en rostros bonitos que en actuaciones relevantes. Y por supuesto salta a la vista la excelsa calidad musical de Glee, que la ha convertido en éxito internacional, sin desdeñar las interpretaciones actorales o el argumento, que no pretende ser ni profundo ni rebuscado. En SOS Academia se canta poco, se baila menos, y cuando se hacen ambas cosas no se logran niveles artísticos decorosos. Sin contar con que se trataba de un producto dirigido a público juvenil y salió al aire en un inexplicable horario de 10 pm en adelante, disparate que sufre constantemente la parrilla de programación de nuestra TV, en un exceso de mojigatería que nos lleva a limitar la promoción de propuestas de público adulto porque tienen “demasiada sangre”, cuando internacionalmente las películas de terror y violencia son para mayores de 12 años, y las que tienen contenido sexual son para mayores de 16.


Casos desafortunados son también las telenovelas (o series, o seriales, o como les llame el académico de turno). En la última década no se ha producido nada digno de recordar, con la excepción de La cara oculta de la luna y Bajo el mismo sol, que tuvo niveles diferentes de calidad en sus tres temporadas (la primera caló más profundo en el público). Las telenovelas cubanas suelen ser historias que carecen de un conflicto significativo que logre moverlas, aglutinar intereses, llamar la atención. Ni la caída de una bolsa de dinero desde el cielo en Santa María del Porvenir, ni las indecisiones amorosas o la incapacidad literaria de un escritor en Amores de Verano, bastan para mover los hilos de un conglomerado tan enorme de recursos materiales, expresivos, argumentales. Se olvida con demasiada facilidad que el audiovisual es una industria, que necesita dividendos comerciales, que precisa reembolsar las enormes sumas que invierte a cada minuto. Nuestra televisión, con características distintas, no comercializa ni reembolsa lo que gasta en series o telenovelas, trabaja casi solamente para satisfacción del público. Pero si ese público nunca es satisfecho, si lo que se produce jamás alcanza la exigencia de un espectador que hace años perdió la inocencia, y puede comparar como nunca antes, ¿entonces qué justifica que se realice esa serie, o telenovela? ¿Qué parámetros se tienen en cuenta a la hora de elegir esa propuesta por encima de otras? ¿Es que acaso hay parámetros?


Tal vez lo que nos falta es otra visión del audiovisual, concretamente de los sistemas de producción. Veamos: propuestas como Santa María… o Amores de Verano, ¿habrían sobrevivido al juicio de un productor ejecutivo como Jerry Bruckheimer, responsable de más de una decena de éxitos internacionales en pequeña y gran pantalla en la última década? ¿Habrían ganado su favor, serían vistas como opciones jugosas, interesantes, con posibilidades? Casi todos sabemos la respuesta. Entonces, ¿para qué se produjeron, qué medidor se tuvo a la hora de invertir en propuestas que no alcanzarán estándares mínimos de audiencia y que habrá que sufrir, inevitablemente, hasta que termine el último capítulo?

Tierras de fuego... un tímido producto.
Otro mal que aqueja la producción de telenovelas es una especie de regionalidad marcada. He podido leer críticas que aducen a una habanización total de la pantalla cubana, y escuché a personas que pedían que la cámara saliera de La Habana al menos una vez. Porque parecía que Cuba era La Habana y lo demás, verde hierba. Quisiera creer que la actual telenovela, Tierras de fuego, es una especie de respuesta a ese deseo popular. Pero de nuevo se yerra el tiro desde la misma concepción del proyecto, porque, aparentemente, o se habla de La Habana o se habla del “campo”. O eres habanero, o eres guajiro de caballo y guardarraya, sin términos medios. Todo se polariza a extremos opuestos: o te vas para la capital, o te quedas enterrado en algún pueblito de Santiago, de Camagüey, ¿de Cienfuegos? Para los guionistas, los realizadores, los decisores, no existen lugares intermedios ni estilos intermedios de vida, ni idiosincrasias intermedias. Y de nuevo tropezamos con conflictos que parecen infantiles, que no alcanzan a interesar siquiera a mínimos segmentos de público, que sólo interesan a un porcentaje ínfimo de personas. Nuestras producciones son atletas de maratón que corren solos, sin público, por calles silenciosas, mientras que en otras avenidas otros atletas reciben los aplausos y ganan las medallas. Lo triste es que ese atleta solitario sigue corriendo como si nada más existiera en el mundo, como si nada más importara, sólo él y la gente de la calle desierta, que ni siquiera sale a verlo.

PD: Con escasa fe me siento frente a la tele, a enfrentarme con otra propuesta “humorística”. Dicen ellos que se llama Sala O. No paso de los primeros 15 minutos del capítulo 1. Algo habrá en otro canal.

martes, 17 de abril de 2012

El Martí que más necesitamos

 Mucho he visto, no todo bueno, con respecto a las palabras de nuestro Martí. Palabras casi siempre peligrosas, unas veces por lo ambiguo, otras veces por lo fácil que resulta que se vuelvan contra quien las pronuncia buscando un beneficio. Un hombre con camisas raídas y cincuenta mil dólares en el bolsillo, intocables, para la libertad de Cuba. Un hombre que no sabía de guerra o de cuestiones militares, y organizó la guerra mejor que los generales. Los dejo con esta muestra pequeña del ideario martiano, que todos debiéramos revisitar de vez en cuando.


 
“Patria es eso, equidad, respeto a todas las opiniones y consuelo al triste.”
 
“Me parece que me matan un hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar.”

“De los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos.”

“El pleno goce individual de los derechos legítimos del hombre, sólo pueden mermarse con la desidia o exceso de los que los ejerciten.”

“¿Por qué ha de acudirse a medios que manchan con sangre, cuando no se han empleado todos los medios que ilustran con derecho?”

“Han de tenerse en grado igual y sumo la conciencia del derecho propio y el respeto al derecho ajeno: y de éste se ha de tener un sentimiento más vivo y delicado que de aquél.”

“Por la soberbia e injusticia del mundo, la revolución pudiera caer en hombres que olvidasen el derecho y el amor de los que les pusieron en las manos el arma del poder y de la gloria.”

“Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza.”

“La patria tiene hoy una gran necesidad, y es desertor el que no acuda hoy mismo a ella.”

“Para la patria nos levantamos. Es un crimen levantarse sobre ella.”

“La patria no es comodín que se abre y se cierra a nuestra voluntad.”

“La patria no es el juguete de unos cuantos tercos, sino cosa divina.”

“En cuanto huele a triunfo, caen del cielo los patriotas.”

“¿Se bebe agua, y se tiene que pagar por ella, y se quiere libertad y no se quiere pagar por ella?”

domingo, 12 de febrero de 2012

Lamento último por Whitney


Se fue. No está. La noticia me atrapó de sorpresa, entre gestiones y carreras en medio de toda la producción de la Feria (furia) del Libro, en La Habana. Whitney Houston, la voz de acero, la mujer del rompe y rasga en el RB y el Soul norteamericano, dejó de respirar el 11 de febrero, y en mi vitrina musical hay de menos un ángel vivo. Gané una leyenda, perdí un ser humano, uno de los imperfectos, de esos que tienen demonios muy oscuros, de esos que saben (o logran sin quererlo) desatar polémicas, y salir siempre perdonados, porque vaya, son tan buenos, nos gustan tanto... Un ser real, de los mejores, porque a mí me gusta la gente de verdad, esa que de equivoca a diario y paga caros los errores. 

No hubo día ni noche en que la voz de esta mujer de mármol negro no se apareciera en mi cabeza. Cantar tres de mis canciones favoritas le bastaba para convertirse en mi mejor evocación de sueño despierto. Y qué decir de mis amores imposibles... yo aprendí a dejarlos ir, escuchando a Whitney (Ya saben, eso de que I WILL ALWAYS LOVE YOU)... sin miedo a ser cursi, además, porque no se puede ni se debe ser tan idiotamente intelectual las 24 horas, y porque se necesita también que la carne, de vez en cuando, prevalezca... 

Cantaba la Houston en la radio, en la TV y en los estéreos personales de cada vez menos gente inteligente (porque cada vez hay menos, me disculpan), y uno, melómano al fin, se dejaba llevar porque de pequeños defectos está construido el paraíso, esos defectos que se llaman droga, alcohol, una pareja horrible y una vida horrible, un reconstruirse de nuevo cada día... y habrá quien la critique, pero de qué se puede acusar a esta mujer. Supo cantar tres canciones que me rompieron la vida, para después unirme los pedacitos con la voz.

Todo te lo perdono, Whitney. Las drogas, la eterna borrachera. El marido imbécil, los golpes que tanto soportaste. El perder esa voz de ángel caído a manos de la juerga. El echar tu carrera por la borda, y hasta los gallos en público en tus últimos conciertos. Te lo perdono todo. Todo menos morirte. Porque morirse, señora, es una porquería que Dios nunca debiera permitirle a gente como usted.